La educación sexual en el ámbito de la DI debería de ser imprescindible para poder evitar todo tipo de riesgos. Son personas con un menor grado de conciencia sobre los riesgos del abuso sexual, por lo que pueden llegar a tener más necesidades de apoyo.
Modelos desmontables, plegables y con baterías cada vez más duraderas, así es lo último en sillas de ruedas y scooters. Fisioterapeutas y terapeutas ocupacionales del Servicio de Daño Cerebral del Hospital Aita Menni conocen las nuevas propuestas de Apex Medical, de la mano de Ayudas Técnicas Araba.
El documental sobre Kepa Junkera, presentado en el Festival de San Sebastián, relata la vida del artista, incluido el proceso de rehabilitación del ictus con ayuda de nuestro Servicio de Daño Cerebral en el País Vasco. Al estreno no podían faltar la neuropsicóloga Noemí Álvarez, el fisioterapeuta Iban Arrien y
Para refrescarnos del calor, en julio y agosto hicimos sendas visitas a las piscinas del polideportivo de Txurdinagabarri, que queda muy cerca de nuestra residencia.
La discapacidad intelectual se caracteriza por limitaciones significativas tanto en funcionamiento intelectual como en conducta adaptativa, tal y como se ha manifestado en habilidades adaptativas, conceptuales y prácticas. Esta discapacidad se origina antes de los 18 años”.
Así define la Asociación Americana de Discapacidades Intelectuales y del Desarrollo (AAIDD, 2011) la discapacidad intelectual (DI).
Cuando nos ponemos a indagar sobre la discapacidad intelectual y sus características, es muy común encontrarnos con términos como dificultades, necesidades o déficit, que dejan de manifiesto las necesidades de apoyo que presentan las personas con DI para la consecución de la independencia personal y responsabilidad social (American Psychiatric Association, APA, 2013). Conviene subrayar que, pese a todo, el interés por el sexo y las relaciones sentimentales se mantiene intacto (Phasha & Runo, 2017).
Históricamente, las conductas sexuales de las personas con discapacidad intelectual han sido negadas y doblegadas a una eterna estigmatización, siendo incluso valoradas como actos no aptos para la libre expresión de sus experiencias sexuales (Díaz et al., 2016; Esmail et al., 2010; Winges, 2014). En la misma línea, se puede decir que dentro de la DI, la sexualidad ha sido discriminada y olvidada, estando señalada por conductas negativas, mitos, estereotipos y falsas creencias sin ninguna base científica. Todo ello es lo que ha llevado a cohibir el derecho a la libre expresión de la sexualidad y a valorar la discapacidad y la sexualidad como un doble tabú clínico (Clemency et al., 2016). Sin embargo, las personas con discapacidad intelectual experimentan emociones y deseo sexual, tanto físico como emocional, presentando las mismas necesidades a nivel afectivo que el resto de la humanidad (Borawska et al., 2017; Cobo, 2012; Egholm, 2015). Sin olvidar que la sexualidad forma parte de sus vidas y repercute en su salud física y mental (Cruz & Cabezón, 2006; Egholm, 2015; Font & Martínez, 2005; García, 2000; Gutiérrez, 2010).
Salud sexual
En la actualidad, aunque las actitudes hacia la sexualidad de las personas con discapacidad intelectual son cada vez más optimas y liberales, siguen siendo menos positivas que las que adquieren las personas sin discapacidad (Sankhla & Theodore, 2015). Aun así, en la mayor parte de la sociedad se mantiene una visión de las personas con DI como seres asexuales o “niños eternos”, a lo que demuestra la tendencia de infantilizar o desexualizar su conducta mediante una postura sobreprotectora (Gaspar & Gliden, 2001; Gutiérrez, 2010; Rushbrooke et al., 2014; Valenti & Dura, 1996) o a mantener una visión hacia el colectivo como personas con conductas sexuales incontrolables, impulsivas y peligrosas (Aunos & Feldman, 2002).
Como bien sabemos, la sexualidad además de ser un derecho de los seres humanos, es un elemento vital que comprende el sexo, los roles de género, la identidad, la intimidad, la reproducción y la orientación sexual, siendo expresadas mediante pensamientos, deseos, creencias, actitudes, valores, conductas y relaciones interpersonales (Cuskelly & Gilmore, 2007; Morell et al., 2017; OMS, 2006). No obstante, para poder evitar poner en riesgo la salud sexual, es imprescindible actuar de forma responsable y precavida, siendo preciso adquirir habilidades para reflexionar sobre sus actos, conocer los riesgos ante la ausencia de medidas de precaución o las posibles consecuencias en otras personas (Diaz et al., 2016).
En varios estudios se ha encontrado que las personas con discapacidad intelectual y trastornos del espectro autista tienen la necesidad de mantener relaciones íntimas, pero presentan dificultades significativas ante la falta de conocimiento sobre la sexualidad, así como dificultades en la socialización y toma de decisiones (Murphy y O’Callaghan, 2004; Siebelink et al., 2006; Leutar y Mihoković, 2007; Kelly, Crowley y Hamilton, 2009; McCarthy, 2009; Yacoub y Hall, 2009).
Falta de información y formación de índole sexual-afectiva
La mayoría de las personas con discapacidad intelectual mencionan el interés por el sexo, señalando el deseo por mantener relaciones sexuales. Según la asociación Vale (2022), las personas con DI hacen uso de los mecanismos que tienen a su disposición para satisfacer sus necesidades sexuales a través del contacto corporal o momentos de intimidad propios o compartidos como cualquier otra persona, no obstante, señala que las manifestaciones sexuales pueden ser más explicitas. Por otro lado, en ocasiones se pueden observar conductas sexuales inadecuadas debido a no recibir información y formación de índole sexual-afectiva durante su desarrollo evolutivo, además de una sobreprotección y estado de vigilancia por parte de su entorno próximo (Insa, 2005; López, 2005; López 2009). Así mismo, las personas con discapacidad intelectual obtienen menos información en esta materia y los apoyos que se le ofrece son insuficientes en comparación con sus iguales sin discapacidad, teniendo por tanto muchos menos conocimientos sobre sexualidad y salud sexual. Aunque parece que la mayoría de las personas con DI leve o moderada han recibido en algún momento de su vida información sobre la sexualidad, esta se presenta de forma insuficiente e inadecuada (Kammes et al., 2020; Lanchas, 2019; Nicola et al., 2020; Schaafsma et al., 2016). Es por todo ello, que esta desigualdad conlleva a mostrar ciertos malentendidos e interacciones sexuales insatisfactorias, tal como dificultades de identidad sexual (Chrastina, 2020; Forrai, 2020; Jahoda & Pownall, 2014).
La educación sexual en el ámbito de la discapacidad intelectual debería de ser imprescindible para poder evitar todo tipo de riesgos. Son personas con un menor grado de conciencia sobre los riesgos del abuso sexual, por lo que pueden llegar a tener más necesidades de apoyo a la hora de llevar a cabo relaciones sexuales seguras, debido a la desinformación, la sobreprotección o la infantilización.
La falta de información y formación en el ámbito de la sexualidad y afectividad puede provocar efectos negativos en las personas y más aún en un colectivo de personas con discapacidad intelectual. Las personas de este colectivo, presentan un mayor riesgo de ser abusados sexualmente, con una incidencia de hasta tres veces mayor que sus iguales sin discapacidad (Reiter et al., 2007; Van Berlo et al., 2011), siendo mayor la incidencia en personas con diagnóstico de DI moderado y entre el sexo femenino (Baladerian et al., 2013; Eastgate et al., 2011; McCarthy, 1996; Stoffelen et al., 2013; Yacoub & Hall, 2009). Otras problemáticas de salud sexual dentro de la discapacidad intelectual son las conducta inapropiadas como no respetar los espacios interpersonales, los embarazos no deseados y las enfermedades de transmisión sexual. No obstante, se ha llegado a evidenciar que estos riesgos parecen ser evitados mediante una adecuada educación sexual (Isler et al., 2009).
Es por ello, que parte de nuestra intervención se basa en la educación sexual, sujeta a una enseñanza de conceptos básicos sobre la sexualidad, pautas de actuación y hábitos de higiene adecuadas, así como formación en métodos anticonceptivos y enfermedades de transmisión sexual. Así mismo, nos centramos en trabajar habilidades de negación ante cualquier situación de presión sexual, dando a conocer las acciones que son consideradas abuso sexual y empoderamiento a no llevar a cabo prácticas que no se deseen.
Bajo el lema «Hitzez ekiteko garaia», Euskaraldia celebra este año su tercera edición. La Comisión de Euskera anima con este vídeo a participar en esta iniciativa social que propicia el uso del euskera.
La discapacidad intelectual se caracteriza por limitaciones significativas tanto en funcionamiento intelectual como en conducta adaptativa, tal y como se ha manifestado en habilidades adaptativas, conceptuales y prácticas. Esta discapacidad se origina antes de los 18 años”.
Así define la Asociación Americana de Discapacidades Intelectuales y del Desarrollo (AAIDD, 2011) la discapacidad intelectual (DI).
Cuando nos ponemos a indagar sobre la discapacidad intelectual y sus características, es muy común encontrarnos con términos como dificultades, necesidades o déficit, que dejan de manifiesto las necesidades de apoyo que presentan las personas con DI para la consecución de la independencia personal y responsabilidad social (American Psychiatric Association, APA, 2013). Conviene subrayar que, pese a todo, el interés por el sexo y las relaciones sentimentales se mantiene intacto (Phasha & Runo, 2017).
Históricamente, las conductas sexuales de las personas con discapacidad intelectual han sido negadas y doblegadas a una eterna estigmatización, siendo incluso valoradas como actos no aptos para la libre expresión de sus experiencias sexuales (Díaz et al., 2016; Esmail et al., 2010; Winges, 2014). En la misma línea, se puede decir que dentro de la DI, la sexualidad ha sido discriminada y olvidada, estando señalada por conductas negativas, mitos, estereotipos y falsas creencias sin ninguna base científica. Todo ello es lo que ha llevado a cohibir el derecho a la libre expresión de la sexualidad y a valorar la discapacidad y la sexualidad como un doble tabú clínico (Clemency et al., 2016). Sin embargo, las personas con discapacidad intelectual experimentan emociones y deseo sexual, tanto físico como emocional, presentando las mismas necesidades a nivel afectivo que el resto de la humanidad (Borawska et al., 2017; Cobo, 2012; Egholm, 2015). Sin olvidar que la sexualidad forma parte de sus vidas y repercute en su salud física y mental (Cruz & Cabezón, 2006; Egholm, 2015; Font & Martínez, 2005; García, 2000; Gutiérrez, 2010).
Salud sexual
En la actualidad, aunque las actitudes hacia la sexualidad de las personas con discapacidad intelectual son cada vez más optimas y liberales, siguen siendo menos positivas que las que adquieren las personas sin discapacidad (Sankhla & Theodore, 2015). Aun así, en la mayor parte de la sociedad se mantiene una visión de las personas con DI como seres asexuales o “niños eternos”, a lo que demuestra la tendencia de infantilizar o desexualizar su conducta mediante una postura sobreprotectora (Gaspar & Gliden, 2001; Gutiérrez, 2010; Rushbrooke et al., 2014; Valenti & Dura, 1996) o a mantener una visión hacia el colectivo como personas con conductas sexuales incontrolables, impulsivas y peligrosas (Aunos & Feldman, 2002).
Como bien sabemos, la sexualidad además de ser un derecho de los seres humanos, es un elemento vital que comprende el sexo, los roles de género, la identidad, la intimidad, la reproducción y la orientación sexual, siendo expresadas mediante pensamientos, deseos, creencias, actitudes, valores, conductas y relaciones interpersonales (Cuskelly & Gilmore, 2007; Morell et al., 2017; OMS, 2006). No obstante, para poder evitar poner en riesgo la salud sexual, es imprescindible actuar de forma responsable y precavida, siendo preciso adquirir habilidades para reflexionar sobre sus actos, conocer los riesgos ante la ausencia de medidas de precaución o las posibles consecuencias en otras personas (Diaz et al., 2016).
En varios estudios se ha encontrado que las personas con discapacidad intelectual y trastornos del espectro autista tienen la necesidad de mantener relaciones íntimas, pero presentan dificultades significativas ante la falta de conocimiento sobre la sexualidad, así como dificultades en la socialización y toma de decisiones (Murphy y O’Callaghan, 2004; Siebelink et al., 2006; Leutar y Mihoković, 2007; Kelly, Crowley y Hamilton, 2009; McCarthy, 2009; Yacoub y Hall, 2009).
Falta de información y formación de índole sexual-afectiva
La mayoría de las personas con discapacidad intelectual mencionan el interés por el sexo, señalando el deseo por mantener relaciones sexuales. Según la asociación Vale (2022), las personas con DI hacen uso de los mecanismos que tienen a su disposición para satisfacer sus necesidades sexuales a través del contacto corporal o momentos de intimidad propios o compartidos como cualquier otra persona, no obstante, señala que las manifestaciones sexuales pueden ser más explicitas. Por otro lado, en ocasiones se pueden observar conductas sexuales inadecuadas debido a no recibir información y formación de índole sexual-afectiva durante su desarrollo evolutivo, además de una sobreprotección y estado de vigilancia por parte de su entorno próximo (Insa, 2005; López, 2005; López 2009). Así mismo, las personas con discapacidad intelectual obtienen menos información en esta materia y los apoyos que se le ofrece son insuficientes en comparación con sus iguales sin discapacidad, teniendo por tanto muchos menos conocimientos sobre sexualidad y salud sexual. Aunque parece que la mayoría de las personas con DI leve o moderada han recibido en algún momento de su vida información sobre la sexualidad, esta se presenta de forma insuficiente e inadecuada (Kammes et al., 2020; Lanchas, 2019; Nicola et al., 2020; Schaafsma et al., 2016). Es por todo ello, que esta desigualdad conlleva a mostrar ciertos malentendidos e interacciones sexuales insatisfactorias, tal como dificultades de identidad sexual (Chrastina, 2020; Forrai, 2020; Jahoda & Pownall, 2014).
La educación sexual en el ámbito de la discapacidad intelectual debería de ser imprescindible para poder evitar todo tipo de riesgos. Son personas con un menor grado de conciencia sobre los riesgos del abuso sexual, por lo que pueden llegar a tener más necesidades de apoyo a la hora de llevar a cabo relaciones sexuales seguras, debido a la desinformación, la sobreprotección o la infantilización.
La falta de información y formación en el ámbito de la sexualidad y afectividad puede provocar efectos negativos en las personas y más aún en un colectivo de personas con discapacidad intelectual. Las personas de este colectivo, presentan un mayor riesgo de ser abusados sexualmente, con una incidencia de hasta tres veces mayor que sus iguales sin discapacidad (Reiter et al., 2007; Van Berlo et al., 2011), siendo mayor la incidencia en personas con diagnóstico de DI moderado y entre el sexo femenino (Baladerian et al., 2013; Eastgate et al., 2011; McCarthy, 1996; Stoffelen et al., 2013; Yacoub & Hall, 2009). Otras problemáticas de salud sexual dentro de la discapacidad intelectual son las conducta inapropiadas como no respetar los espacios interpersonales, los embarazos no deseados y las enfermedades de transmisión sexual. No obstante, se ha llegado a evidenciar que estos riesgos parecen ser evitados mediante una adecuada educación sexual (Isler et al., 2009).
Es por ello, que parte de nuestra intervención se basa en la educación sexual, sujeta a una enseñanza de conceptos básicos sobre la sexualidad, pautas de actuación y hábitos de higiene adecuadas, así como formación en métodos anticonceptivos y enfermedades de transmisión sexual. Así mismo, nos centramos en trabajar habilidades de negación ante cualquier situación de presión sexual, dando a conocer las acciones que son consideradas abuso sexual y empoderamiento a no llevar a cabo prácticas que no se deseen.
La discapacidad intelectual se caracteriza por limitaciones significativas tanto en funcionamiento intelectual como en conducta adaptativa, tal y como se ha manifestado en habilidades adaptativas, conceptuales y prácticas. Esta discapacidad se origina antes de los 18 años”.
Así define la Asociación Americana de Discapacidades Intelectuales y del Desarrollo (AAIDD, 2011) la discapacidad intelectual (DI).
Cuando nos ponemos a indagar sobre la discapacidad intelectual y sus características, es muy común encontrarnos con términos como dificultades, necesidades o déficit, que dejan de manifiesto las necesidades de apoyo que presentan las personas con DI para la consecución de la independencia personal y responsabilidad social (American Psychiatric Association, APA, 2013). Conviene subrayar que, pese a todo, el interés por el sexo y las relaciones sentimentales se mantiene intacto (Phasha & Runo, 2017).
Históricamente, las conductas sexuales de las personas con discapacidad intelectual han sido negadas y doblegadas a una eterna estigmatización, siendo incluso valoradas como actos no aptos para la libre expresión de sus experiencias sexuales (Díaz et al., 2016; Esmail et al., 2010; Winges, 2014). En la misma línea, se puede decir que dentro de la DI, la sexualidad ha sido discriminada y olvidada, estando señalada por conductas negativas, mitos, estereotipos y falsas creencias sin ninguna base científica. Todo ello es lo que ha llevado a cohibir el derecho a la libre expresión de la sexualidad y a valorar la discapacidad y la sexualidad como un doble tabú clínico (Clemency et al., 2016). Sin embargo, las personas con discapacidad intelectual experimentan emociones y deseo sexual, tanto físico como emocional, presentando las mismas necesidades a nivel afectivo que el resto de la humanidad (Borawska et al., 2017; Cobo, 2012; Egholm, 2015). Sin olvidar que la sexualidad forma parte de sus vidas y repercute en su salud física y mental (Cruz & Cabezón, 2006; Egholm, 2015; Font & Martínez, 2005; García, 2000; Gutiérrez, 2010).
Salud sexual
En la actualidad, aunque las actitudes hacia la sexualidad de las personas con discapacidad intelectual son cada vez más optimas y liberales, siguen siendo menos positivas que las que adquieren las personas sin discapacidad (Sankhla & Theodore, 2015). Aun así, en la mayor parte de la sociedad se mantiene una visión de las personas con DI como seres asexuales o “niños eternos”, a lo que demuestra la tendencia de infantilizar o desexualizar su conducta mediante una postura sobreprotectora (Gaspar & Gliden, 2001; Gutiérrez, 2010; Rushbrooke et al., 2014; Valenti & Dura, 1996) o a mantener una visión hacia el colectivo como personas con conductas sexuales incontrolables, impulsivas y peligrosas (Aunos & Feldman, 2002).
Como bien sabemos, la sexualidad además de ser un derecho de los seres humanos, es un elemento vital que comprende el sexo, los roles de género, la identidad, la intimidad, la reproducción y la orientación sexual, siendo expresadas mediante pensamientos, deseos, creencias, actitudes, valores, conductas y relaciones interpersonales (Cuskelly & Gilmore, 2007; Morell et al., 2017; OMS, 2006). No obstante, para poder evitar poner en riesgo la salud sexual, es imprescindible actuar de forma responsable y precavida, siendo preciso adquirir habilidades para reflexionar sobre sus actos, conocer los riesgos ante la ausencia de medidas de precaución o las posibles consecuencias en otras personas (Diaz et al., 2016).
En varios estudios se ha encontrado que las personas con discapacidad intelectual y trastornos del espectro autista tienen la necesidad de mantener relaciones íntimas, pero presentan dificultades significativas ante la falta de conocimiento sobre la sexualidad, así como dificultades en la socialización y toma de decisiones (Murphy y O’Callaghan, 2004; Siebelink et al., 2006; Leutar y Mihoković, 2007; Kelly, Crowley y Hamilton, 2009; McCarthy, 2009; Yacoub y Hall, 2009).
Falta de información y formación de índole sexual-afectiva
La mayoría de las personas con discapacidad intelectual mencionan el interés por el sexo, señalando el deseo por mantener relaciones sexuales. Según la asociación Vale (2022), las personas con DI hacen uso de los mecanismos que tienen a su disposición para satisfacer sus necesidades sexuales a través del contacto corporal o momentos de intimidad propios o compartidos como cualquier otra persona, no obstante, señala que las manifestaciones sexuales pueden ser más explicitas. Por otro lado, en ocasiones se pueden observar conductas sexuales inadecuadas debido a no recibir información y formación de índole sexual-afectiva durante su desarrollo evolutivo, además de una sobreprotección y estado de vigilancia por parte de su entorno próximo (Insa, 2005; López, 2005; López 2009). Así mismo, las personas con discapacidad intelectual obtienen menos información en esta materia y los apoyos que se le ofrece son insuficientes en comparación con sus iguales sin discapacidad, teniendo por tanto muchos menos conocimientos sobre sexualidad y salud sexual. Aunque parece que la mayoría de las personas con DI leve o moderada han recibido en algún momento de su vida información sobre la sexualidad, esta se presenta de forma insuficiente e inadecuada (Kammes et al., 2020; Lanchas, 2019; Nicola et al., 2020; Schaafsma et al., 2016). Es por todo ello, que esta desigualdad conlleva a mostrar ciertos malentendidos e interacciones sexuales insatisfactorias, tal como dificultades de identidad sexual (Chrastina, 2020; Forrai, 2020; Jahoda & Pownall, 2014).
La educación sexual en el ámbito de la discapacidad intelectual debería de ser imprescindible para poder evitar todo tipo de riesgos. Son personas con un menor grado de conciencia sobre los riesgos del abuso sexual, por lo que pueden llegar a tener más necesidades de apoyo a la hora de llevar a cabo relaciones sexuales seguras, debido a la desinformación, la sobreprotección o la infantilización.
La falta de información y formación en el ámbito de la sexualidad y afectividad puede provocar efectos negativos en las personas y más aún en un colectivo de personas con discapacidad intelectual. Las personas de este colectivo, presentan un mayor riesgo de ser abusados sexualmente, con una incidencia de hasta tres veces mayor que sus iguales sin discapacidad (Reiter et al., 2007; Van Berlo et al., 2011), siendo mayor la incidencia en personas con diagnóstico de DI moderado y entre el sexo femenino (Baladerian et al., 2013; Eastgate et al., 2011; McCarthy, 1996; Stoffelen et al., 2013; Yacoub & Hall, 2009). Otras problemáticas de salud sexual dentro de la discapacidad intelectual son las conducta inapropiadas como no respetar los espacios interpersonales, los embarazos no deseados y las enfermedades de transmisión sexual. No obstante, se ha llegado a evidenciar que estos riesgos parecen ser evitados mediante una adecuada educación sexual (Isler et al., 2009).
Es por ello, que parte de nuestra intervención se basa en la educación sexual, sujeta a una enseñanza de conceptos básicos sobre la sexualidad, pautas de actuación y hábitos de higiene adecuadas, así como formación en métodos anticonceptivos y enfermedades de transmisión sexual. Así mismo, nos centramos en trabajar habilidades de negación ante cualquier situación de presión sexual, dando a conocer las acciones que son consideradas abuso sexual y empoderamiento a no llevar a cabo prácticas que no se deseen.
155 personas ingresaron en nuestra Unidad de Hospitalización de Mondragón, 598 fueron atendidas en nuestras unidades ambulatorias, donde se prestaron más de 25.000 consultas/sesiones… La Memoria 2021 de la Red Menni de Daño Cerebral de Hermanas Hospitalarias da cuenta en cifras de la asistencia al daño cerebral adquirido en nuestros